Traducción, transferencia y la ética del Otro
Autor: Dr. Mark K. Warford (Ph.D.) (Mark Warford es miembro de la comisión directiva de la Analytical Psychology Society of Western New York, y Profesor e Investigador del Buffalo State College, de la State University of New York, EEUU)
“I
find that time and again that certain points are
misunderstood or rendered badly by translators who do not
fully grasp the full value of certain words”
[ (C. G. Jung, 1946, from an archive uncovered by
Shamdasani (2007) ]
["Encuentro que una y otra vez ciertos puntos son
malinterpretados o procesados en forma incorrecta por
traductores que no comprenden por completo el valor total de
ciertas palabras" (C. G. Jung, 1946, de un archivo
descubierto por Shamdasani (2007) ]
1. Introducción
Como el título de este artículo sugiere, lo que se expone
aquí se trata de dos enfoques. Por una parte, quisiera
plantear los fundamentos de una conexión entre la traducción
y el psicoanálisis, con enfoque en la psicología analítica
de Jung, según insta Ingram (2001). Si se acepta un lugar
prominente para Jung dentro de la perspectiva
traducción-como-transferencia, esta combinación de campos
dirige nuestra atención al concepto del Otro. El Otro es un
constructo filosófico bastante antiguo y tal vez más
conocido por sus matices Lacanianos. En cambio, será el Otro
del filósofo Immanuel Levinas el que mejor encaja en lo que
quisiera hacerse en la combinación de traducción y
transferencia: una ética del Otro.
2. Traducción como
transferencia: Perspectivas psicoanalíticas en la teoría de
la traducción
Entre conquistas, comercio, encargos, traidores y
handmaidens, surgen un sinfín de metáforas a la hora de
traducir. Se puede decir que la psique ha llamado a la
puerta de la traducción. Ingram (2001) pudiera ser la
primera en dejarla entrar, y nos aporta una perspectiva
psicoanalítica que profundiza la noción de la traducibilidad.
Antes de recurrir a las implicaciones de cuatro bases
teóricas de la transferencia para la traducción, Ingram
expone las similitudes etimológicas del traducir y la
transferencia: el primero, translatus (bear/bourne) sirve de
participio pasado para transferre, y que los dos comparten
una sinonimia con metaphor (citando Mahoney: 1982). Según la
autora, el antemencionado conjunto conlleva una“motion,
direction --not simply bearing or carrying as one does a
child or a burden, but carrying that something across,
relocating it somewhere tangential, somewhere new” (p. 95).
Así, se le añade una continuidad metonímica a la
representación metafórica en la traducciones y
transferencias.
Ingram (2001) comienza con el padre de la transferencia,
Sigmund Freud. Como la concibió Freud, se trata de una
conexión falsa enfrentada en batallas entre analista y
cliente, en que el analista queda en control, por más que se
viera en riesgo de perderlo. Al aplicar la perspectiva
freudiana de la transferencia a la traducción, Ingram alega
que el traductor más bien se asemeja al paciente, decaído,
tumbado al TO y al pasado. Así queda invisible, pasivo como
una handmaiden, una metáfora también usada por Grossman
(2010). Esta humilde fidelidad, se alega, requiere un
desplazamiento del ego (citando a Venuti: 1995).
En cuanto a Lacan, Ingram (2001) expone como el énfasis
freudiano en el ego y la autoridad del analista, se cambia
por la significación aportada por el Otro, asentada en el
deseo. Según Ingram, el deseo nace a la raíz de la
sujetización del paciente por parte del analista, y de esto
crece un peligro de traición por el primero. Esta traición,
según la autora, refleja el famoso proverbio tuscano:
tradutore, tradditore. Como el sujeto lacaniano, así
aterrizada en su alienación y vacilación, se afirma que la
traducción no puede crearse. La lente lacanina, según
Ingram, convierte al autor del TO en el sujeto, y el proceso
de traducción se convierte en el proceso terapeútico con el
fin de iluminar el inconsciente del TO: “the translating
process will necessarily reveal both the unconscious of the
translator and of the original” (p. 102).
Según sostiene Ingram (2001), Guattari y Deleuze instaron el
rechazo del reductivismo de Lacan, abarcando el amplio
ámbito sociopolítico que influyera en la transferencia, más
allá del lenguaje. Basándose en estudios sobre esquizofrenia,
alegan que el esquizofrénico realiza “the hysterical symptom
of the capitalist body, whose transfer manifests not only
the political, social and historical desires of the culture
but also its dis-eases” (p. 105). Al aplicar esta imagen (acti)vista
de la traducción, Ingram ilustra como Deleuze y Guattari
resaltan: la hegemonía del inglés, la desigualdad cultural,
y las complejidades contextuales. En vez del Otro del
consultorio, se eleva la lente translacional al Otro
cultural.
Ingram (2001) da la última palabra a Jung. Alega que su
crítica de Freud refleja la crítica de Deleuze y Guattari a
Lacan: un enfoque excesivo en lo individual. Cambiando el
marco materialista por algo más universal, arraigado en los
arquetipos, Jung asentó la transferencia analista-paciente
en un contexto alquímico: ¨Jung shows how analogous the
patient/analyst bond is to both the bonds of alchemy, such
as the “royal marriage” of chemicals signifying the meeting
or collision of opposites” (p. 106). Así, según Ingram, Jung
conectó el consultorio y la colectividad a algo más
primordial y universal. En cuanto a la lente colectiva,
Ingram afirma que Deleuze y Guattari “lose sight of the
potential understanding of collective phenomena that Jung’s
archetypal approach provides” (p. 107), y que, como sus
antecesores, pierden la visión más allá de la retórica
violenta, por más que rechazaran la destrucción de la
materia inconsciente ejercido por sus antecesores en sus
consultorios.
Ampliando la imagen agresiva de la represión vista en la
rama lacaniana de la transferencia, Ingram (2001) nos
adelanta una oportunidad que se posibilita en la aplicación
de una perspectiva junguiana a este aspecto del “metonymic
otherness” (pp. 109). Al abordar la contradicción que surge
a raíz de la contraposición de la antemencionada metonimia
disyuntiva y el principio conectivo del ámbito metafórico,
Ingram invoca el coniunctio alquímico de Jung. Se alega que
la noción de transferencia resultante de Jung aporta una
imagen más armonizadora, y atenta al horror de su inflación
al nivel colectivo. Además, Ingram considera la ubicación de
la transferencia en la frontera psíquica, una propuesta de
interés para la teoría de la traducción, porque compensa la
excesiva agresividad metonímica. Al enfrentar los
“half-baked mass-men” (p. 110, citando a Jung, 1954, p.
161), Ingram afirma la utilidad de una mirada junguiana que
navega entre una “distancia hermenéutica” (p. 110) y las
conexiones entre culturas. Por medio del coniunctio, Ingram
señala la simultaneidad de la traducción: “a Translation
both is and is not the original text in the target culture,
neither a mere representation, nor a metonymic continuation,
but both simultaneously” (p. 110). Así, se importa de Jung
un retrato liminal de traductores.
Si aplicamos el coniunctio a la traducibilidad y al trabajo
de traductores, se resaltan y se restringen ciertos
supuestos adelantados en la teoría de la traducción. En
primer lugar, ilumina la cadena disyuntiva (metonimia) de
metáforas que suelen emplearse en hablar de las virtudes de
una traducción. Dando vuelta a la lista que se mencionó al
principio, la conquista de Cicerón ya puede entenderse como
una proyección al nivel sociocultural de la Otredad, y
atrapada en este tipo de complejo. El encargo instado por la
skopostheorie, hasta cierto punto, puede entenderse limitado
por una transacción comercial, y así queda atrapada en un
complejo regido por el arquetipo bancario. Al contrario, el
comercio, como lo concibió Borges (2012), en realidad se
trata de una relación conjugal entre texto, autor, traductor
y cultura. En este sentido, más bien se sujeta a la alquimia
dela coniunctio. Si la coniunctio, al fin y al cabo, se
trata de una “Royal Wedding” como señala Ingram, cabe
señalar que se entiende como un proceso que, como la
individuación a la cual apunta, nunca se realiza en su
totalidad. Según Jung (1954), todo distillatio es destinado
a dar vuelta a la prima materia para repetir y refinar el
proceso cada vez más. En este sentido, no deberíamos perder
la visión valiosa del enfoque procesal y ese sujeto mutable
que nos retrató Lacan.
A la hora de traducir, enfrentamos una dialéctica energética
entre traductor, traducción, texto y autor de origen, y
sobre todo, el ámbito arquetípico que alimenta todos los ya
mencionados factores. Como los arquetipos, toda traducción
tiene que entenderse o sostenerse (be held) dentro de esta
danza dinámica, interpretada sobre un sinfín de antecesores.
Sobre todo, como señala Ingram (2001), la traducción y la
transferencia indican un movimiento. Si nos basamos en
Ortega y Gasset (2000), se pueden apreciar los límites o los
limines de la traducibilidad donde se desenredan todas las
lenguas, y tal vez, incluso aquel lenguaje primordial,
dejándonos así un vistazo (o sea sonido) del primer
movimiento.
3. La ética del
otro
Al hablar de la ética de la traducción, la vuelta cultural
presenta grandes retos a la hora de invocar el otro. Cuando
Spivak (2012) alude a “an other self who resembles us,
however minimally, and with whom we can communicate” (p.
314), está invocando una retórica que queda entre la lógica
y el silencio. Se alega que es por eso que el traductor
recurre a un “simple miming of the responsibility to the
trace of the other in the self” (p. 312). Así que, de una
manera paradójica, esta otredad es simultáneamente interior
del mismo y más allá de la lengua (“outside language”: 313).
Si no fuera por la inclusión de la palabra responsibility,
pudiéramos asumir que este otro fuese el mismo otro de Lacan,
prestado por Bhabha (1994), con sus múltiples locaciones
entre la proyección inconsciente lanzada a otras culturas
(el otro con minúscula) y el Otro que señala el caldo de
símbolos lingüísticos y culturales (el Otro con mayúscula),
en combinación con el hecho de third spaces entre el Yo y el
Otro. No, un otro al cual se asigna una responsabilidad será
el de Emmanuel Levinas, y su aplicación a la traducción no
viene fácil.
Sea de manera indirecta, nos recuerda Spivak (2012) al
retrato de Levinas de una civilización construida sobre
fundamentos del cogito paternalístico, fomentado por su
incapacidad de sostener la vista al otro sin violar o
conquistarlo, o como lo expuso el filósofo, “a subject
incomparable with the other” (2006: 158). Richard Cohen, en
su introducción a Humanism of the Other (Levinas, 2006), nos
expone cómo la filosofía de Levinas se obró en vista de las
atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, en el cual perdió
familiares en los campos de concentración, dio cierre a su
reto-homenaje a Heidegger, su mentor, y también miembro fiel
al partido Nazi. Retando a Heidegger, según Cohen, Levinas
señaló una ética pre-filosófica y pre-ontológica que precede
el ser (Dasein). Por consiguiente, el ser (Self-Same) se
sujeta a la cara (visage) del otro y la infinidad de la
otredad a la cual apunta.
Eaglestone (2005) rechaza en la mayor parte la aplicación de
Levinas a la traducción. Se asienta sus argumentos en una
idea avanzada por el filósofo: la humanidad queda entre
Atenas y Jerusalén. Es decir, la mentalidad del mundo
moderno lidia con la filosofía de los griegos y la moralidad
del monoteísmo. Mientras compartimos la afirmación de Spivak
en cuanto a las buenas intenciones de Levinas en ofrecer una
crítica del inflado ‘Self-Same’ o cogito paternalístico
occidental, Eaglestone señala una ceguera que se tiene que
abordar. Por ejemplo, señala como en el binario
Atenas-Jerusalén, se oculta una identificación griega con la
polis, y como se puede perder la vista de otras mentalidades
que aplican al tipo de traducción que trata Spivak, por
ejemplo, la identificación hindú con el río Ganges.
Sospechamos que Spivak tiene este tipo de fracaso
intercultural en cuenta cuando avisa a los traductores que
no apremiemos los aspectos lógicos (a raíz del Logos griego)
a expensas del aspecto innovador que propicien los ya
mencionados trozos retóricos.
Puede ser que este tercer espacio retórico tenga su acento
griego. Eco (2001), por ejemplo, hace alusión al Third Man
de los filósofos griegos, una tercera presencia que surge de
la consideración de dos. Se trata de una metalanguage que se
realiza a la hora de juntar textos de lenguas distintas. Sir
Richard Burton, según lo retrata Borges (2012), nos afirma
un hombre tercero griego en la mentalidad occidental. Borges
(2012) menciona sólo de paso sujetos que caben mencionar:
Hermafrodito y Priapus, dos figuras enraizadas en la
mitología griega, y ambas elaboradas por el erudito
junguiano López-Pedraza (1991). Un discurso adecuado queda
más allá, pero huelga decir que las dos figuras, según el
autor, constan de vías herméticas a la psique. Hermafrodito
conduce entre lo femenino y lo masculino (ánima y ánimus).
Con respecto a Priapus, al descargado lado humilde y base
del ámbito de la Sombra, el Otro interior junguiano que,
para estos tipos de hombrones aventureros de épocas
patriarcales, suele lanzarse al ámbito femenino y colonizado.
Por otro lado, bien conocemos el rechazo de Burton de la
mentalidad monoteísta. Entre Atenas y Jerusalén quedan los
traductores occidentales. Tal vez es por eso que perdonamos
a Spivak cuando, como una traductora de textos escritos en
su lengua materna de Sanskrit, señala: “The translator earns
permission to transgress from the trace of the other –
before memory – in the closest places of the self. (Spivak,
2012, p. 313, citando a Spivak, 2000). Al imaginarnos una
ética del otro en la traducción, nos surgen dudas acerca de
la habilidad de la mente occidental de merecer este tipo de
libertad.
Al fin y al cabo, Eaglestone (2005), haciendo eco de Ortega
y Gassett (2012), desconfía en la traducción, pero queda
asentado en una posición tan purista, tan absolutista que no
nos deja el espacio para abordar un camino al otro. Hasta
cierto punto, comparte las dudas de Ortega y Gassett (2010)
y Spivak (2012) acerca del lenguaje. No obstante, sí se
puede imaginar que desde los silencios profundos del
lenguaje primordial sale de vez en cuando la retórica, o en
las palabras de Eco y Benjamin (1923), un destello de
metalanguage. En todos casos, hasta para el filósfofo Ortega
y Gassett, encontramos aquí un aspecto místico (Eco, 2001;
Grossman, 2010) que abre un espacio religioso. Conectando el
vessel traductológico de Benjamin con el whole vessel pre-ontológico
de Levinas, el cual abre el camino entre Atenas y Jerusalén,
la razón y la ética, respectivamente, Eaglestone (2005)
encaja la traducción con el asombro que enfrenta el
traductor atrapado en el ‘cosiness’ de su primera lengua y
cultura a la hora de abordar la traducción del otro. Por
consiguiente, sostiene que “we have an ethical grounds to be
even more suspicious of the idea of translation and the way
in which it relates to communities: “what I translate is
upset by the way I translate” (137).
No nos satisfice en lo más mínimo este mensaje paralítico.
Levinas mismo afirmó que insta la magnitud del encuentro con
el otro en el sujeto Self-Same una dedicación a la obra por
el otro sin preocuparse por la imperfección de su respuesta.
Así que, todo traductor se acerca al autor con un sentido de
la mayor importancia del segundo y del otro infinito al cual
señala.
Y digamos que, cuanto más el traductor proviene del mundo de
Atenas y Jerusalén, tanto más se obliga revisar su equipaje
a la hora traducir obras que provienen de lugares no-occidentales.
De todas maneras, hay que afirmar y plantear la existencia
de un between, tanto geográfico y literal como metafórico,
psíquico y filosófico, donde se enfrenta el Otro. Por más
que se haya reducido a una muletilla, como alega Tymokzco
(2003), queda en un campo legítimo y especulativo de la
traducción. Si lo perdemos, sacrificamos la vista del otro a
la hora de traducir.
Cabe mencionar un estudio clínico en la ética del Otro. Se
centra en uno de sus traductores principales, Hull. Según lo
retrata Shamdasani (2007), Jung abarcó la traducción de su
psicología enterado, si no un tanto ansioso, de la
posibilidad de que sus ideas sufrieran distorsiones en el
acto de traducirse. Además del comentario que aparece en el
encabezado, se observa en una carta de Jung que asevera:
“the language I speak must be equivocal, that is ambiguous,
to do justice to psychic nature with its double aspect. I
strive consciously and deliberately for ambiguous
expressions, because it is superior to unequivocalness and
corresponds to the nature of being.” (carta escrita en 1952,
citada por Shamdasani, p. 174).
Nos expone Shamdasani que Richard Hull, quien llegaría a ser
el traductor principal de sus obras colectivas, se
consideraba racionalista, y, por consiguiente, bastante
alejado de la perspectiva del Dr. Jung, resultando lo que,
para los fines de este informe, constituyen delitos graves
contra la ética del Otro, comenzando con la arriba
mencionada calidad intencionada de ambigüedad. En su
revisión de la traducción de Sincronicidad, comenta en una
carta al editor de las obras colectivas: “Hull has the
unfortunate tendency to invent different words for one and
the same concept; that’s making for confusión (carta a
Michael Fordham citada por Shamdasani, p. 175).
Por su parte, y aportando las palabras propias del traductor,
Shamdasani nos plantea que Hull quería convertirse en el
‘corrector callado’ de Jung:
“Does it make sense to you that Jung’s texts should be
followed so faithfully that oversights, obscurities or
inconsistencies of exposition should be reproduced, or
should not be corrected save at the cost of an editorial
explanation?” (1964, carta al editor Herbert Read, p. 176)
De verdad, el tono agitado del traductor-hecho-mártir de ese
comentario hace eco a milenios de traductores que, época
tras época, suelen sentirse atacados: Cicerón, San Jerónimo,
Martin Lutero, entre otros. Podría decirse que es el
arquetipo por excelencia de la historia de la traducción.
Ahora bien, gracias al coniunctio, puede someterse a su
opuesto, la humilde y fiel handmaiden de Grossman (2010) y
Venuti (1995). Una vez agitadas en la encrucijada del
nigredo alquímico, la ética del Otro insta una transferencia
del texto más allá del Yo amenazado del traductor y del
autor. Se percibe en la energía de esa tensión entre autor y
traductor el incomparable llamado del Otro de Levinas, y su
infinitud inalcanzable e irreducible de voces que nos
recuerda a su contraparte en la psicología junguiana: el
Gran Sí-mismo. En el tribunal del Otro, podríamos culpar a
los dos, hasta cierto punto: perdieron la vista del Otro, y,
si integramos el pensamiento de Levinas, su obligación pre-ontológica
de transferir (en el sentido de sostener) su materia
primordial. A que no nos perdamos en cuestiones de moralidad,
la ética que se propone aquí es arraigada en un sentido
filosófico (Levinas) y psicoanalítico, con mayor énfasis en
Jung, quien instó a que se separara lo ‘consciente’ de lo
‘moral’. Como expone en su ensayo, Answer to Job: “the more
consciousness insists on its own luminous nature and lays
claim to moral authority, the more the self will appear as
something dark and menacing” (Jung, 1970/1964, p. 441).
4. Conclusión
Tanto para Jung como para Levinas, puede afirmarse que los
dos vivieron un proyecto cuyo fin se centró en un
desplazamiento del pensamiento occidental y su Yo inflado.
En la teoría de la traducción, es por eso que Venuti (2012)
afirma una fidelidad arraigada en la extranjerización. Por
consiguiente, en la traducción y la transferencia
psicoanalítica, se requiere un resbalón para todas las
partes: pacientes y analistas, autores y traductores. Se
conoce en la psicología como la enantiodromia (Jung
1966/1953), el choque interior de la Sombra, ese aspecto
compensatorio que llama a la puerta de la psique cuando se
ve demasiado favorecido un polo, a expensas de su opuesto.
Como dice el dicho español: “Tropezones hacen levantar los
pies”. De esta manera, las posturas grandiosas de mártir, de
autoridad, sean de cualquier tipo, nos brindan los primeros
pasos mientras nos aportan la materia prima psicológica y
textual que tiene que transferirse (traducirse).
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Pimlico, London, UK. [1923].
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Borges, J. L. (2012): “The translators of the thousand and
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Levinas, E. (1991). “Totality and infinity: An essay on
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López-Pedraza, R. (1991). “Hermes y sus hijos”, Antropos,
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Shamdasani, S. (2007). “The incomplete works of Jung”, en E.
Casement (ed), “Who Owns Jung?” Karnac Books, London, UK:
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Spivak, G. C. (2012): “The politics of translation”, en L.
Venuti (comp.), “The Translation Studies Reader” (3ro. ed.),
Routledge, New York, NY: 312-330.
Tymoczko, M. (2003). “Ideology and the position of the
translator: in what sense is a translator ‘in between’?” In
M. Calzada Pérez (ed.), Apropos of ideology: studies on
ideology, ideologies in translation studies, St. Jerome,
Manchester, UK: 181-201
Venuti, L. (1995): “The translator’s invisibility: a history
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